Provocan temblores por reinyección de agua
Internacional | 06 de Mayo de 2025
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La serie de temblores que han sacudido el área fronteriza de El Paso y sus alrededores durante los últimos meses estaría directamente relacionada con las actividades de fracturación hidráulica (fracking) que se realizan en campos petroleros de Texas y Nuevo México, según revela un reciente estudio científico conducido por especialistas de la Southern Methodist University (SMU).
Desde enero del presente año, la región fronteriza ha experimentado una secuencia anómala de movimientos telúricos que han generado preocupación entre la población. El más reciente, registrado el pasado 3 de mayo, tuvo su epicentro apenas 35 millas (57 kilómetros) al Sur de Whites City, Nuevo México, zona donde se desarrollan intensas actividades de extracción de hidrocarburos mediante “fracking”.
Los datos recopilados por sismólogos muestran un patrón inquietante: El 8 de enero se registró un sismo con epicentro 132 millas (212 kilómetros) al Este de Ciudad Juárez, en territorio texano. El 14 de febrero ocurrió un temblor localizado 141 millas (227 kilómetros) al Este de Juárez, también en Texas. El 18 de febrero se produjo un movimiento sísmico 119 millas (192 kilómetros) al Este de Juárez al Sur de Whites City, Nuevo México.
El 28 de febrero se detectó un sismo con epicentro a 437 kilómetros (272 millas) al Este de Juárez, en Texas. Finalmente, el 3 de mayo se registró el más reciente, 35 millas (57 kilómetros) al Sur de Whites City, Nuevo México.
Lo que resulta particularmente significativo es que todos estos epicentros se encuentran dentro de un radio que abarca importantes centros de producción petrolera como Odessa y Midland en Texas, así como Whites City en Nuevo México, donde el fracking es el método predominante de extracción.
El estudio de la SMU, que ha analizado datos sismológicos durante cinco años, establece una correlación directa entre el incremento de la actividad sísmica y las operaciones de reinyección de agua a gran profundidad, proceso inherente a la técnica de fracturación hidráulica.
De acuerdo con el estudio de la SMU, estamos ante un fenómeno conocido como “sismicidad inducida”. Cuando se inyectan grandes volúmenes de agua residual a alta presión en el subsuelo, esto puede alterar el equilibrio de tensiones en las fallas geológicas preexistentes, provocando deslizamientos que se manifiestan como sismos.
El análisis revela que en las zonas donde se ha intensificado la actividad de “fracking” en los últimos años, la frecuencia de temblores ha aumentado hasta en un 300% respecto a la media histórica. Particularmente alarmante resulta el caso de Texas Occidental, donde casi 2,000 terremotos fueron registrados tan sólo en 2021, una cifra sin precedentes para una región tradicionalmente considerada como estable desde el punto de vista sísmico.
Cómo impacta el ‘fracking’
La fracturación hidráulica o “fracking” es una técnica utilizada para extraer petróleo y gas natural atrapados en formaciones de esquisto o lutita a gran profundidad. El proceso implica la perforación vertical hasta alcanzar estas formaciones, generalmente a profundidades de 5 mil a 10 mil pies (mil 500 a 3 mil metros aproximadamente), seguida de perforación horizontal y la inyección de una mezcla de agua, arena y productos químicos a alta presión para fracturar la roca y liberar los hidrocarburos.
Sin embargo, este proceso genera enormes cantidades de agua residual contaminada que debe ser eliminada. La práctica más común es reinyectar esta agua en pozos profundos de disposición, donde las altas presiones pueden desestabilizar fallas geológicas existentes. En algunas operaciones, se pueden inyectar diariamente hasta 2 millones de galones (equivalentes a unos 7.5 millones de litros) de agua residual por pozo de disposición.
Esta enorme cantidad de líquido, al introducirse en el subsuelo bajo presión, puede alterar significativamente el equilibrio de estrés en las formaciones rocosas subyacentes.
Según señala el estudio, el problema no es necesariamente la fracturación en sí, sino la eliminación del agua residual mediante reinyección lo que está desencadenando estos eventos sísmicos. Se trata de millones de galones de agua que se introducen en el subsuelo diariamente en algunas de estas áreas de producción petrolera.
Impacto binacional
Aunque la mayoría de los sismos registrados hasta la fecha han sido de magnitud moderada, generalmente por debajo de 4.0 en la escala de Richter, su frecuencia e intensidad gradualmente creciente representan motivo de preocupación para las autoridades y científicos de ambos países.
En Ciudad Juárez y El Paso, residentes han reportado sentir los temblores con mayor frecuencia, especialmente aquellos con epicentros más cercanos. Especialistas en Geología de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) coinciden en señalar que la frecuencia actual de estos eventos sísmicos resulta inédita en los registros históricos de la región, donde tradicionalmente los temblores han sido fenómenos extremadamente raros.
El estudio señala que las cuencas petroleras de Delaware y Permian, que abarcan partes de Texas y Nuevo México, son actualmente las zonas con mayor riesgo sísmico inducido por actividad humana en la región fronteriza. Estas mismas áreas coinciden con los epicentros de los sismos recientes.
Coinciden estudios científicos
El estudio de la SMU no es el único que establece esta relación. Una investigación publicada recientemente en la revista científica Geochemistry, Geophysics, Geosystems titulada “The Role of Ground Motion Attenuation in the Seismic Hazard of Induced Seismicity in West Texas” analiza específicamente cómo se propagan las ondas sísmicas en el Oeste de Texas y evalúa el peligro sísmico en la región debido a la sismicidad inducida.
La investigación, realizada por científicos del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) y otras instituciones, demuestra que la atenuación del movimiento del suelo –la forma en que las ondas sísmicas pierden energía mientras viajan por la corteza terrestre– es un factor clave para determinar el alcance del riesgo sísmico en áreas donde se practica la reinyección de aguas residuales del “fracking”.
Según este estudio, en el Oeste de Texas las ondas sísmicas pueden propagarse hasta 25-35% más lejos que en otras regiones geológicas comparables, lo que significa que un sismo de magnitud moderada podría sentirse en un radio de hasta 100 millas (161 kilómetros) desde su epicentro.
El estudio señala que las características geológicas específicas del Oeste de Texas pueden permitir que las ondas sísmicas viajen más lejos y con mayor intensidad que en otras regiones, amplificando potencialmente el impacto de estos temblores inducidos en áreas urbanas como El Paso y Ciudad Juárez, incluso cuando los epicentros se encuentran a distancias considerables.
La estructura geológica de la cuenca sedimentaria, con capas de roca de distinta densidad que pueden actuar como “conductos” para las ondas sísmicas, contribuye a este fenómeno de propagación inusualmente extensa.
Los datos muestran que incluso sismos de magnitud moderada, si ocurren en las condiciones geológicas adecuadas, pueden sentirse a distancias mucho mayores de lo que los modelos tradicionales predecirían, lo que explica por qué los residentes de la región fronteriza han estado percibiendo estos movimientos telúricos con creciente frecuencia. Un sismo de magnitud 3.5, que normalmente sería perceptible sólo en un radio de unas 15-20 millas (24-32 kilómetros), en esta región puede sentirse hasta a 45-60 millas (72-97 kilómetros) de distancia debido a las características particulares del subsuelo.
Implicaciones en políticas públicas
Ante la evidencia acumulada, diversos grupos científicos y ambientalistas han comenzado a solicitar una revisión de las regulaciones que rigen la industria del “fracking” en la región fronteriza.
Los especialistas señalan la necesidad de un marco regulatorio binacional que reconozca que los efectos de estas actividades no respetan fronteras políticas. Un temblor originado en Texas puede sentirse perfectamente en Ciudad Juárez, y viceversa.
Las autoridades reguladoras de Texas, particularmente la Railroad Commission of Texas (que, a pesar de su nombre, regula la industria petrolera en el estado), han sido tradicionalmente reticentes a imponer restricciones significativas al “fracking”. Sin embargo, el creciente cuerpo de evidencia científica está generando presiones para reconsiderar esta postura.
Perspectivas y retos
El estudio de la SMU advierte que, si las operaciones de “fracking” y reinyección de agua continúan al ritmo actual o se intensifican, es probable que tanto la frecuencia como la magnitud de los sismos sigan aumentando en los próximos años. En algunas zonas de la Cuenca Pérmica, las operaciones de “fracking” han aumentado en más de un 50% en la última década, con volúmenes de reinyección de agua que han pasado de aproximadamente 80 millones de galones (303 millones de litros) mensuales en 2010 a más de 120 millones de galones (454 millones de litros) mensuales en años recientes.
Según la investigación publicada en Geochemistry, Geophysics, Geosystems, el Oeste de Texas presenta características geológicas particulares que podrían amplificar los efectos de los sismos inducidos. El estudio señala que la región tiene un bajo nivel de atenuación sísmica natural, lo que permite que las ondas sísmicas mantengan su energía por distancias más largas, aumentando el área de impacto de cada temblor.
En términos técnicos, el coeficiente de atenuación (Q) en la región es aproximadamente un 30% más alto que el promedio continental, lo que se traduce en una propagación más eficiente de la energía sísmica.
Los modelos predictivos desarrollados por esta investigación sugieren que incluso un evento sísmico moderado de magnitud 4.5 podría sentirse en un radio muy amplio de hasta 150 millas (241 kilómetros), potencialmente afectando a centros urbanos como El Paso y Ciudad Juárez con intensidades suficientes para causar alarma entre la población, aunque los epicentros se encuentren a cientos de kilómetros de distancia.
Un sismo de esta magnitud podría generar aceleraciones del suelo de hasta 5-8% de la gravedad a distancias de 50 millas (80 kilómetros), suficientes para ser claramente percibidas por la población.
El estudio también destaca que la acumulación de estrés en fallas geológicas debido a la reinyección continua de agua podría eventualmente liberar energía en forma de sismos de mayor magnitud, especialmente en zonas donde se han identificado fallas preexistentes que hasta ahora habían permanecido inactivas.
Algunas de estas fallas podrían tener el potencial de generar sismos de magnitudes entre 5.0 y 5.5 si son reactivadas, lo que representaría un riesgo significativo para estructuras no diseñadas para resistir eventos sísmicos.
Medidas preventivas
El estudio de la SMU concluye que estamos en una fase donde aún se pueden implementar medidas preventivas. Existen tecnologías alternativas para tratar el agua residual del “fracking” que no implican su reinyección en el subsuelo. El costo económico inicial puede ser mayor, pero los beneficios a largo plazo en términos de seguridad sísmica justificarían ampliamente esta inversión.
Algunas de estas tecnologías incluyen sistemas de evaporación y cristalización que pueden procesar hasta 60 mil galones (227 mil litros) de agua residual diariamente, reduciendo significativamente los volúmenes que necesitarían ser reinyectados.
Los investigadores del estudio publicado en Geochemistry, Geophysics, Geosystems recomiendan establecer redes de monitoreo sísmico más densas en la región para mejorar la detección temprana y la caracterización de eventos sísmicos. Idealmente, estas redes deberían contar con estaciones de monitoreo cada 15-20 millas (24-32 kilómetros) en áreas de alta actividad de reinyección, lo que permitiría detectar sismos de incluso magnitud 1.5 o menor, proporcionando alertas tempranas sobre el potencial desarrollo de eventos más significativos.
Asimismo, proponen desarrollar modelos de atenuación sísmica específicos para el Oeste de Texas y la región fronteriza, que permitan evaluar con mayor precisión los riesgos sísmicos asociados a la actividad de “fracking”.
El estudio también sugiere la implementación de protocolos de “semáforo” para regular la reinyección de aguas residuales, donde la intensidad de las operaciones se ajustaría en función de la actividad sísmica detectada. Este enfoque adaptativo permitiría reducir o detener la reinyección en áreas donde se observe un incremento en la frecuencia o magnitud de los sismos, antes de que éstos alcancen niveles potencialmente peligrosos.
Por ejemplo, se recomienda reducir en un 50% los volúmenes de reinyección cuando se detecten sismos de magnitud 2.5 o superior en un radio de 3 millas (4.8 kilómetros) de los pozos de disposición, y suspender completamente las operaciones ante eventos de magnitud 3.5 o superior.
Mientras tanto, investigadores de ambos lados de la frontera continúan monitoreando la actividad sísmica con creciente atención, instalando nuevas estaciones de medición que permitan obtener datos más precisos sobre este fenómeno que ha venido a alterar la tradicional estabilidad geológica de la región fronteriza.
Actualmente, una red de aproximadamente 30 sismógrafos instalados a lo largo de un área de 200 por 200 millas (322 por 322 kilómetros) proporciona datos en tiempo real, pero los expertos consideran necesario duplicar este número para lograr una cobertura óptima de monitoreo. Fuente; Diario Mx